En toda pintura, el color es determinante; en cualquier pintura expresionista, mucho más. En la obra de Rufina Santana, cuyo expresionismo es evidente e internacionalmente conocido, el color es, además -sobre todo en esta exposición- no ya determinante como estilo, sino también como la entidad narrativa que toda pintura es. En trabajos anteriores, esa narración abstracta era evidente pero no tan radical como en esta ocasión. Antes, los colores terrosos, los ocres, losrojos quemados representaban la tierra, la lava de los volcanes, la costa frente al esmeralda oceánico o los azules cristalinos del horizonte. En esta ocasión, el azul marino -nunca mejor dicho- es radicalmente monotemático. Son azules de fondo que lindan el negro de la zona abisal, de profundidades pavorosas que muy pocas veces reciben el regalo de la luz y que la pintora instrumenta para hacer inteligible el plano bidimensional y plasmar volúmenes y distancias.

En esta serie, el océano es la sola figuración existente, lo que queda del anterior paisaje abierto. No hay un solo atisbo de vida que no sea la marina. No hay restos de naufragios, de proas acechantes, de sentinas olvidadas. Solo hay mar, profundidad, secreto a voces del silencio, el cristal infinito de aquel hierro incesante de Juan Ramón, el de la libertad completa de la sal, el de la libertad suprema, el de la libertad. Esa que a la hora de pintar plantea siempre Rufina Santana con los pinceles.

En suma: una gran lección de expresionismo abstracto hecho paisaje. El paisaje de su tierra y de su mar.